Esta historia arranca justo cuando Angelik entra a la biblioteca, de construcción muy vieja, con techos altos y ese olor a polvo que hace cosquillas. Está investigando porque su jefe le dijo no seas inútil, trae un libro útil, pero claro, ella cree que útil es igual a cualquier cosa con dibujos. Cruza el pasillo principal, zapatillas rechinando, y de pronto… un libro se le cae solo del anaquel. No se abre. Se… tambalea, como si respirara. Y justo ahí, detrás de ella, un susurro: ¿Ya trajiste mi leche?. El libro se abre… solo. Como si manos invisibles lo desplegaran, y de golpe, una ráfaga de viento helado la empuja adentro. Literalmente: cae, resbala por las páginas, y cuando abre los ojos (que ahora están cubiertas de tinta), está… dentro del libro. Como si se hubiera convertido en un cómic. Todo en blanco y negro, excepto sus zapatillas verdes chillando ¡Sálvenme!. Y frente a ella, una figura hecha de letras, tipo Hola, soy la Biblioteca. Y tú, Angelik, acabas de firmar un contrato de aventura.
Entonces Angelik se endereza (aunque sus zapatos hacen boing) y saca su libreta mágica… bueno, una libreta normal que ella cree que es mágica, porque tiene una pegatina de unicornio. Señala a la figura de letras y dice: ¿Contrato? ¿Quién firmó qué? Porque yo solo quería un libro de… recetitas para tortugas ninja. La figura se ríe, páginas revoloteando, y le muestra una firma garabateada: su nombre, pero escrito al revés (kilegna). Dice: El precio de entrar aquí: resuelve mi acertijo o te quedas como nota al pie. Y empieza a recitar: Tengo ciudades pero no casas, bosques sin árboles, ríos sin agua. ¿Qué soy? es un mapa. Tengo ciudades pero no casas, bosques sin árboles, ríos sin agua. Es un mapa. Y justo cuando Angelik lo dice -¡Un mapa!- el suelo se convierte en pergamino y se desenrolla. Y ahí está: una brújula hecha de… tinta que gotea. Apunta a un bosque dibujado, y dice Ve, o serás eterna nota al pie. Literalmente. Pero claro, ella se tropieza con la brújula, la patea, y ¡pum!, se transforma en un búho. Al menos se ve graciosa volando.
Entonces, ahí está ella, búho torpe, gritando ¡Acción gadget! Y del bolsillo de… bueno, de donde sea que guarde sus cosas ahora que es un pájaro, sale volando el paraguas, pero claro, con alas de búho no llega bien (se abre al revés). Zumban las hélices, la levanta un metro, dos metros… hasta que choca contra una página gigante. Y vuelve a ser humana. Pelo revuelto, tinta en la cara, pero sonriendo. Inspección en progreso, dice. Y justo entonces, en el bosque dibujado, aparece una puerta hecha de… ¡lápices!
Se agacha, saca una regla (la cual está hecha de caramelo, porque nunca sabe cuándo necesitará un chupetín) y empieza a medir el marco. Ve que no son lápices normales: los grafitos se mueven, dibujando flechas que apuntan… hacia abajo. Debajo del marco hay un hueco, y dentro huele a tinta fresca. De pronto, un lápiz se suelta y le apunta directo al ojo. ¿Contraseña?, pregunta la puerta. Angelik, sin pensarlo, dice ¡La contraseña es… la contraseña!. Y nada. El lápiz se afila más. Rápido,
Entonces avanza, pisando hojas que crujen en preguntas: ¿Por qué llueve tinta?. Un conejo hecho de paréntesis la saluda: (Hola) (¿Vas al final?) (Yo ya me leí el libro). Angelik le responde: Sí, pero solo si me dices dónde está el autor. El conejo se esconde: (Detrás de ti). Se da la vuelta -¡y ahí, sentado en un árbol de ‘finales abiertos’, está un tipo con gafas rotas, escribiendo furiosamente en un bloc-. La mira: Eh, tú. Tu historia está… estancada. Si no encuentro un cierre, me quedo aquí para siempre.
Angelik se acerca, se sienta en una hoja que dice ¿y si?. Y mira al tipo: ¿Qué falta? ¿Un héroe? ¿Un beso? ¿Un final abierto?. Él suspira: Ninguno. Falta… miedo. Le falta peligro de verdad. Nada se siente real. Entonces ella se toca el bolsillo -saca un lápiz rojo. ¿Y si… borramos algo? Digo, no tu cara, pero… tal vez este bosque entero? El autor abre los ojos: ¿Y después?. Después lo dibujamos nuevo. Pero con trampas. Y un villano que no habla. Y un final que ni yo sé cómo termina. Él asiente, y empieza a escribir. El bosque tiembla. Los árboles se deshacen. Y de pronto, todo se vuelve en blanco -como si la página se estuviera borrando-.
Mientras el bosque se borra, se quedan ahí, sentados en la última hoja que queda: ¿y si?. El autor pregunta: ¿Sabes qué? Me llamo Leo. Como tú. Angelik se ríe: Vaya, entonces es verdad que esto lo escribimos a dos manos. Leo dice: ¿Y si… no borramos todo? ¿Y si dejamos un pedacito de este bosque? Para la secuela. Ella piensa. ¿Cuál sería la pegatina? ¿Un búho con paraguas?. Mejor: un búho con gafas rotas. Y justo entonces, la página empieza a llenarse de nuevo -pero ahora con color. No del cielo ni de árboles: color en sus ojos. En la tinta. En el miedo que dijo que faltaba.
La página se llena más. Leo el autor dobla el bloc y se lo da: Llévatelo. No lo abras hasta que estés fuera. Si lo haces aquí, todo se borra. Angelik lo mete en el bolsillo -el que ahora tiene forma de ala-, y miran cómo el bosque renace: árboles más torcidos, sombras más largas. Un susurro viene de lejos: El búho vuelve pronto. Ella se gira: ¿Eso soy yo?. Leo asiente: En parte. Pero con más ingenio. Y menos plumas.
Y justo entonces, el bosque se convierte en… ¡un mapa gigante! Calles hechas de líneas finas, ríos de tinta azul. Angelik levanta la vista: ¿Y ahora qué?. Leo sonríe: Camina. Ella da un paso -¡y parpadea!-. De pronto, el camino se tuerce, la lleva a un callejón donde hay un gato hecho de signos de interrogación: ¿?¿? Ella dice: ¿Otra pista?. El gato maúlla:
Y zas. El gato desaparece. El suelo se convierte en papel rasgado, y abajo… abajo hay un abismo de tinta revuelta, donde letras se hunden como piedras. Leo grita: ¡No mires abajo!. Pero Angelik, claro, mira. Y empieza a caer. El viento suena a páginas volteadas rápido. Pero justo antes de chocar -¡clac!- abre el bloc. Dentro, una frase ya escrita: Si caes, usa las alas de inspector. Se acuerda: las zapatillas. Salta, los resortes funcionan… pero al revés: ¡la lanzan hacia arriba! Atraviesa nubes de mayúsculas, llega al techo del mapa. Y ahí, una puerta. Pequeña. Con tu nombre escrito. Angelik se detiene: ¿Salgo?. Leo aparece a su lado, ahora también en el techo: Puedes. Pero recuerda: la historia sigue escribiéndose. Siempre. Tú decides si abre.
Abre. La puerta se cierra detrás sin ruido. Y ahí está: la misma biblioteca. Pero… distinta. Los libros ya no susurran. El polvo brilla dorado. Su paraguas -normal, sin hélices- está en el suelo, abierto, con una sola pluma pegada. Del bloc que trajo consigo, cae una hoja: Continuará. Fin de la primera aventura.
Firma: Leo (el de dentro) y Angelik (la que sale). Recoge la hoja. La guarda. Se ajusta el abrigo -un bolsillo nuevo, hecho de pergamino-. Sale de la biblioteca. Afuera, llueve. Pero gotas de tinta negra. Mira al cielo: forma una flecha. Apunta al sur. La segunda aventura ya está escrita. Solo falta vivirla.
Próximamente…
** IA
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